El 8 de marzo
El Día Internacional de la Mujer Trabajadora, que actualmente se celebra el 8 de marzo fue, desde principios del siglo XX, una jornada de huelga, lucha y protestas para exigir mejores condiciones laborales para las mujeres. A partir de 1911 se conmemoró además la muerte de 123 obreras textiles, la mayoría inmigrantes, en el incendio de una fábrica en Nueva York.
Hace unos pocos años, en esta parte del mundo, el 8 de marzo volvió a ser un día de paro. El movimiento feminista recuperó esa tradición al aunar las reivindicaciones de igualdad de géneros, la lucha contra las violencias y las demandas laborales y económicas.
La huelga es la herramienta histórica de les trabajadores para exigir justicia. La detención de la producción sirve para demostrar lo imprescindible que es esa producción para el sistema. Es un derecho garantizado por la constitución nacional.
Primer paro en Argentina y la proyección internacional
A un año de la primera marcha masiva de Ni Una Menos (3/6/2015), y a raíz de la violación y asesinato de Lucía Pérez en Mar del Plata, se realizó el Primer Paro Nacional de mujeres, lesbianas, travestis y trans. Fue el 19 de octubre de 2016.
El 8 de marzo de 2017 se realizó el primer Paro Internacional, con réplicas en numerosas ciudades del mundo. A partir de entonces el Paro se repitió cada 8M y hoy se realiza en 60 países.
¿Por qué paramos?
Paramos para exigir justicia y visibilizar las violencias de todo tipo a las que nos vemos sometidas las mujeres y disidencias sexuales:
Contra la violencia de género en todas sus manifestaciones
Contra los femicidios y los crímenes de odio
Contra todos los fascismos
Contra el racismo
Contra las políticas neoliberales de ajuste, que nos empobrecen y endeudan
Contra el saqueo de nuestros cuerpos y territorios
Contra la justicia patriarcal
Por un reparto justo del trabajo de cuidado
Por el aborto legal, seguro y gratuito
Por el cupo laboral trans
Por una ley de equidad de géneros en el trabajo
Paramos para demostrar que el mundo capitalista produce gracias a nosotras.
Nuestra sociedad funciona en base a una gran injusticia: en la división sexual del trabajo, las mujeres somos las que nos ocupamos mayormente de los cuidados del hogar y la familia. Cuando ese trabajo se contrata en el mercado, debe pagarse. Cuando lo realizamos las mujeres en casa, es invisibilizado y no remunerado. Pero crea riqueza y permite que toda la economía de un país funcione.
Por eso decimos ¡si nosotras paramos, se para el mundo!
En América Latina, las mujeres trabajan entre 20 y 30 horas semanales más que los hombres en las tareas reproductivas y de cuidado, condicionando así profundamente su desempeño en el trabajo remunerado, ya que tienen menos tiempo disponible para ello.
En nuestro continente la proporción de mujeres empleadas en el mercado laboral es del 56%. La de los hombres es del 85%.
Los trabajos a los que accedemos las mujeres son más precarios, informales y peor remunerados que los varones.
De todas las ocupadas en América Latina, 15,5% se emplea en el servicio doméstico, que generalmente se remunera con el menor salario, y muchas veces no está registrado.
Cobramos el 78% del salario que reciben los hombres, sufrimos la desocupación en mayor proporción que los varones, y somos las primeras despedidas en épocas recesivas y de ajuste.
La situación se agrava cuando se trata de lesbianas, travestis y trans.
Por eso las feministas reclamamos una Ley de equidad de géneros en lo laboral que sea antidiscriminatoria y que equipare salarios y días de licencia, entre otros aspectos.
Las desigualdades de género son funcionales a la estructura del capitalismo
Porque tiende a la baja del salario general. Además, los grandes contingentes de mujeres incorporados al mercado de trabajo a bajo costo, son un incentivo utilizado por muchos países para convocar inversiones.
En muchos casos, se crea una maquinaria de empleo de mujeres en condiciones precarias que implica desplazamientos desde sus comunidades a los centros de producción. Esto destruye los tejidos sociales y agudiza la vulnerabilidad de las mujeres que, desprovistas de las redes de contención familiares, se ven expuestas a todo tipo de violencias, hasta la más extrema que es el femicidio (como es el caso de las maquilas en México y Centroamérica).
Ante la crisis y la inflación, en los sectores populares, las mujeres somos las que mayormente nos endeudamos para financiar las economías familiares y el consumo diario de alimentos. El endeudamiento a través de microcréditos y sistemas informales de préstamo a altas tasas de interés nos convierte en deudoras. Para garantizar el pago de esa deuda enajenamos nuestro trabajo futuro, cuando no nuestra vida y nuestro cuerpo, y nos vemos sometidas a todo tipo de violencia.
Las mujeres experimentamos la pobreza de manera diferente que los hombres: estamos expuestas a violencias de todo tipo y asumimos el mayor costo humano de la trata de personas.
Argentina: el reclamo por el aborto
Si hablamos de violencias, en Argentina, el derecho al aborto legal, seguro y gratuito es una deuda pendiente.
El aborto es un hecho. Existe. Se realizan cerca de 500.000 por año. El aborto clandestino es la principal causa individual de mortalidad en mujeres embarazadas.
Acceder a un aborto en condiciones de mediana seguridad es caro, por eso las que mueren son quienes tienen menos recursos económicos.
Las barreras para acceder al aborto son un mecanismo de reproducción de la desigualdad. Detrás de ellas se esconde un negocio millonario en el que se juegan poderosos intereses.
En el país, 3000 niñas y adolescentes son madres anualmente. De esos casos, 8 de cada 10 son embarazos no deseados. Y nuevamente, las jóvenes de sectores populares son las que llevan la peor parte, ya que deben relegar su formación y trabajo para dedicarse a las tareas de cuidado.
El aborto legal, seguro y gratuito es justicia social.
La responsabilidad de los gobiernos
Las decisiones de los gobiernos tienen mucho que ver con la situación desigual de las mujeres.
Las políticas de libre comercio que destruyen las industrias nacionales y las economías regionales, junto a las políticas de ajuste y privatización generan desempleo. Y son las mujeres y los colectivos más discriminados (lesbianas, trans, travestis, transexuales, migrantes, negres, campesines, indígenas), los más afectados.
Las políticas neoliberales que retiran al Estado de las tareas de cuidado (salud, educación, etc.) hacen que estas recaigan mayormente sobre las mujeres.
Paradójicamente, estos gobiernos (y los organismos multilaterales que integran, como la OMC o el G20) han incorporado una retórica que habla de “inclusión”, “empoderamiento” e “igualdad de género”. A menudo propician ciertos tratados con la excusa de que “será bueno para las mujeres” (es el llamado pink washing o lavado rosa). Sin embargo, sabemos que ningún acuerdo que sea inequitativo o injusto para las mayorías populares, será bueno para las mujeres, aunque tenga una cláusula de género.
Y prueba de que se trata de una mera retórica es el hecho de que son esos mismos gobiernos que hablan de inclusión los que avalan la discriminación de género, étnica y racial, que se traduce en la persecución y responsabilización por diversos males a les migrantes, la condena a quienes no cumplen con la norma heterosexual, el enfrentamiento a la lucha de las mujeres por la igualdad de género y el derecho a decidir.
Hay también un intento de apropiarse del lenguaje y banderas de lucha feminista para transformarlos en una agenda de género vacía de contenido. Una agenda que dice que los femicidios son una cuestión de inseguridad, para nada relacionados con la discriminación y violencia económicas que sufrimos las mujeres, lesbianas, travestis, trans.
Pero el movimiento feminista resignificó el concepto de violencia, así como resignificó la idea de un trabajo que produce valor y uno que supuestamente no.
Y tomó las calles contra todos los tipos de violencia, los abusos, los femicidios, la desigualdad laboral, el endeudamiento, el trabajo no pago y la apropiación de nuestro lenguaje, que también es un tipo de violencia.
Las feministas damos nuevos significados al valor del trabajo y al sentido del paro
¿En qué consiste el paro?
El paro es el cese de tareas de todo tipo, ya se trate de trabajo pago como no pago.
Las modalidades son diversas, de acuerdo a las posibilidades de cada una. Pero sin duda es un día para comunicar y hacer visibles todas estas injusticias.
Quienes no pueden suspender el trabajo por algún motivo, hablan con sus compañeres acerca de cuánto se depende de ese trabajo.
En las casas, conversan con la familia y proponen que otros familiares realicen las tareas de cuidado.
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