
Cuando a principios de marzo de 2020 la pandemia del coronavirus -un monstruo de siete cabezas
y varias mutaciones– se abatió sobre nosotros, la humanidad, muchas voces e innumerables
preguntas fueron lanzadas en la niebla de incertidumbre que nos envolvía.
La crisis de civilización de la que hablamos desde hace más de una década ha mostrado su
rostro más trágico, revelando en muy poco tiempo la extrema pobreza y la miseria pero, también,
la extrema concentración de la riqueza, tanto en nuestra región como en el mundo entero. El
sistema económico-financiero expuso sus heridas en un espectáculo mediático trasmitido en
tiempo real. El desempleo, la precariedad, la vulnerabilidad de la vida en entornos contaminados
y desequilibrados y la violencia cotidiana han quedado visibles, golpeando barrios y comunidades
populares en todas las periferias del Sur global.
Comments